lunes, 29 de octubre de 2012

1 - El trabajo diario



Imagen del reclamo que hacía un comerciante
en la puerta de su tienda, en los porches
del Mercado Central



El trabajo diario



Para la mayor parte de estos habitantes que no tenían un oficio específico, el trabajo diario era exclusivamente agrícola o ganadero.

Las labores del campo todavía las realizaban con herramientas rudimentarias que evocaban tiempos pasados, lo cual hacía la labor más dura y penosa. Aún se utilizaban los arados romanos de madera, en los que sólo era de hierro la reja y casi todas las tareas se hacían a mano, ayudados con caballerías, burros y vacas.

Se practicaba el sistema de siembra alternativa, conocido desde la más remota antigüedad. La experiencia de los agricultores más ancestrales les había informado sobre sus observaciones y por ellas sabían que la siembra de un producto determinado era más abundante si se hacía detrás de otro  específico. Y también, de vez en cuando, se dejaban descansar los campos, baldíos, sin sembrar nada durante un año, es decir, en barbecho. Todo esto había sido transmitido a lo largo de generaciones.

Tampoco se utilizaban fertilizantes químicos, desconocidos aún en estas latitudes, por lo que el único abono que se usaba, para disminuir en lo posible el degradado de la tierra, era el estiércol, más conocido como fiemo. Pero incluso éste, al no existir en abundancia, las tierras ya de por sí pobres por naturaleza,  a pesar de practicarse el barbecho, es decir, el año y vez, estaban esquilmadas por las sucesivas cosechas. El resultado conseguido era que la producción era poco generosa en relación al esfuerzo invertido. Con estos condicionantes tan adversos en contra de uno mismo, la realidad era que había que estar todo el año trabajando, para obtener unos resultados precarios que no compensaban la dureza y el esfuerzo proporcionados.

El cereal era la mayor riqueza de una familia y la época de la recolección la etapa más temida de todas. Era necesario realizar muchos trabajos, todos de un gran esfuerzo, en el menor tiempo posible. Desde que se iniciaba la siega con hoces o dallas, hasta que el trigo se almacenaba en los graneros, transcurría poco tiempo, pero ya había sido necesario realizar el acarreo de la mies desde el campo a la era, la trilla, el aventado, la recogida del trigo en sacos y el transporte hasta la casa. La realización de todas estas operaciones había requerido trabajar muchas horas, con gran esfuerzo, “a lomo caliente”, todas las personas de la casa, y más que hubiera habido. Todas estas tareas realizadas a su debido tiempo, antes de que una climatología adversa, sobre todo alguna tormenta con granizo, arruinase el trabajo de todo un año y una buena parte de la subsistencia del siguiente.

Como se puede precisar por lo expuesto, todas las personas de la familia, que solía ser numerosa, como si de una colmena se tratase, tenían que colaborar cada una con relación a sus fuerzas a la consecución del trabajo, puesto que era una necesidad de carácter ineludible. Incluso los niños abandonaban la escuela a los pocos años para ayudar en algunos trabajos muy específicos, reservados a ellos casi en exclusiva. A este respecto recomiendo ver la película de los hermanos Taviani, Padre, padrone (es decir, padre y patrón), donde amplían el tema sobre el trabajo infantil.

Algunas haciendas, bien porque no tenían hijos o bien porque se lo podían permitir, contrataban algún jornalero para liberar del trabajo a algún miembro de la familia.
        
Por el contrario otros hombres, antes de empezar los trabajos para la recolección de su propia cosecha o una vez terminada, dependiendo del terreno a donde iban, se desplazaban en cuadrillas a ayudar a la recolección en otras tierras como la Hoya de Huesca, los Monegros o la zona Molina de Aragón. Y en la década de los sesenta, había personas que se desplazaban a Zaragoza para trabajar en la campaña de la remolacha e incluso a Francia a la vendimia. De esta forma ganaban un complemento pecuniario que muchas veces resolvía la precaria economía familiar, pero pagado con creces en base al esfuerzo personal, con renuncias a gustos propios, con muchas dificultades y como complemento el sufrimiento que suponía la separación temporal de la familia.

En la actualidad, las máquinas han liberado a las personas de estos descomunales esfuerzos que se necesitaban para sobrevivir, muchas veces precariamente. Con pocos trabajadores y escaso esfuerzo, estos gigantes de la mecánica, ayudan al aumento de la productividad de estas tierras, que aunque pobres, les permite a los pocos que han quedado vivir con dignidad, incluso mejor que otros que emigraron en tiempos pasados.

Este pueblo que superó los quinientos habitantes, hoy no llegan a los cien censados y de los pocos que quedan la mayoría son jubilados.



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