domingo, 28 de octubre de 2012

6 - El esquilador, barbero, caminero...ambulantes








Fotografías tomadas de Internet
Los oficios (último)


El esquilador
        
Era costumbre cada cierto período de tiempo, supongo que para evitar sudores innecesarios a las caballerías, recortarles la pelambre por ambos lados del cuello y lomo hasta la mitad de la barriga, que eran las zonas en las que le ajustaban normalmente los arreos para casi todos los trabajos a realizar. Las colleras, tiros, zofras (correón que sostiene las varas del carro), albardas, bastes, etc. eran los elementos más usuales a colocarles.

Y el último esquilador de caballerías del pueblo, que fue el tío José Pellejero, era un virtuoso en este oficio para pelar las zonas indicadas y además, para rizar el rizo de su trabajo bien hecho, en las ancas y la cola les hacía unos dibujos geométricos que embellecían la estampa del animal, dejándoles un aspecto más fresco, más limpio y más elegante.

Los esquiladores de ovejas eran equipos de cuatro o cinco personas que procedentes de Lagueruela o de la Ribera*, se desplazaban por los pueblos limítrofes desempeñando este oficio. Para realizarlo necesitaban unas máquinas especiales movidas por manivelas, que eran accionadas por jóvenes con fuertes brazos. El pastor o el mismo dueño del ganado, iba trabando las ovejas por las patas, de una en una y las recogían los oficiales limitándose a raparlas con la máquina esquiladora, que situada en la punta de unos brazos articulados por rótulas, facilitaba el recorrido del cuerpo de la oveja inerme como si la estuvieran dibujando, para sacar el vellón en una sola pieza.

Los últimos esquiladores venían de Alcalá de la Selva, aunque éstos sólo esquilaban a tijera.

Era costumbre, que las casas que estaban de esquileo agasajaran a los visitantes con el "paniqueso", que aunque otrora fuese lo que su propio nombre indica, en la época de la que hablo consistía en un trozo de torta, mantecado o magdalena y una copa de anís o mistela.

* Denominábamos Ribera a cualquiera de los pueblos de la orilla del Jiloca, como Báguena, Burbáguena, Luco, San Martín, etc.

El barbero

No todos los hombres tenían los utensilios necesarios ni los conocimientos precisos para afeitarse por sí mismos, por lo que era habitual que acudiesen a la barbería cada cierto período de tiempo. Estos períodos variaban con los individuos, en función de su poder adquisitivo, su juventud o su visión particular sobre el aseo y la higiene, pero la realidad es que, en general, iban bastante mal afeitados. La última barbería, que también era la peluquería, fue regentada por José Salvo y sus hijos: Antonio, Emiliano y José.

El caminero

Era el encargado, dentro del término municipal, del mantenimiento y conservación de la carretera de tierra apisonada. Supongo que pertenecía a la Administración de Obras Públicas, por lo que llevaba “gorra de plato” como sinónimo de autoridad, ya que estaba autorizado a promover denuncias por infracciones viales, producidas por carros, caballerías o peatones, si alguien incumplía la normativa vigente de circulación que correspondía a estos caminos vecinales.

En nuestro término veíamos a diario al último caminero, el tío Victorino Conesa, en cualquier tramo de la carretera con sus utensilios habituales: espuerta de mimbre, pala y legona. Limpiaba las cunetas de hierbas y piedras, para que discurriese bien el agua de lluvia por su cauce y rellenaba los baches con tierra nueva que transportaba en su espuerta.

La pavimentación de las calzadas dio fin a este oficio. 

El pelaire, sastre, zapatero...
        
Desde que tengo uso de razón, estos oficios ya habían desaparecido de nuestro pueblo, aunque quedaban los apelativos para denominar a las familias de sus descendientes. No obstante, algunos todavía quedaban en los pueblos circundantes, a los que acudíamos si era necesario.

Los ambulantes

Estos eran una tropa de gente itinerante que venía habitualmente a intervalos de tiempo, a ofrecer sus servicios a la población, tales como el hojalatero, estañador y paragüero, capador, afilador, fabricante de fideos, comediantes...Algunos eran mendigos que vivían a medias entre su oficio y la caridad y pernoctaban en carromatos, pajares medio hundidos o en el pórtico de Santa Ana.

El más frecuente era el estañador que arreglaba estañando o poniendo parches, según el caso, a calderos, sartenes, ollas y fuentes esmaltadas de porcelana. A los pucheros de barro que por causa de algún golpe se habían rajado sin llegar a romperse, les ponía unas redecillas de alambre a su alrededor para hacerlos perdurar durante algún tiempo más.

Otro ambulante muy específico era el capador, el cual, solamente con su nombre, infundía en los niños un pánico cerval propagado y acrecentado por los mayores. Se anunciaba con su chiflo denominado castrapuercas (R.A.E. - Silbato compuesto de varios cañoncillos unidos, que usan los capadores para anunciarse) y su trabajo consistía en castrar o capar los cerdos pequeños que se iban a criar en el año, para facilitar su engorde.

Los afiladores también se anunciaban con un silbato similar.

De vez en cuando venía un señor a ofrecer sus servicios para la fabricación de fideos e instalaba su máquina en la casa donde iba a trabajar, durante una mañana o un día entero, según la cantidad a fabricar. Los fideos en masa tierna que salían de su máquina, las señoras que los habían encargado los subían al granero colgándolos sobre palos para su completo secado. En este punto, ya aptos para el consumo, eran almacenados en la despensa.

Existía también una "troupe" de comediantes, saltimbanquis, titiriteros, húngaros con osos, monos y cabras amaestradas, que venían periódicamente por esta zona para deleitarnos con sus habilidades por un módico precio de entrada.  Y acudíamos aquella noche la mayor parte de los vecinos, principalmente los chicos y jóvenes, al salón del tío Manolo provistos de nuestros propios asientos a presenciar el espectáculo.

Respecto a los comediantes, la más famosa por toda esta comarca era la “Compañía de Arturo”, esperado su retorno con nostalgia por la clientela cada temporada. Anunciaba su llegada tocando la trompeta, de cuyo instrumento era un virtuoso o así nos lo parecía en aquellos momentos.
Representaba alguna comedia o drama de aspecto rural, hacía juegos, contaba chistes y ejercicios de equilibrio, pero lo que más gustaba era lo que él llamaba "calentar los ejes", es decir, el baile. Normalmente finalizaba el acto con una rifa.

Algunos otros itinerantes, nos proyectaban sobre una sábana colocada en el salón ya nombrado, algunas películas de cine mudo protagonizadas por Charles Chaplin (Charlot), Buster Keaton (Pamplinas), Harry Langdon o Harold Lloyd, cuyos gag se prestaban al chiste fácil del cameraman que nos hacía reír, abusando de toda nuestra ingenuidad, siempre presta al asombro ante cualquier situación ridícula de los personajes.

Si lo analizásemos ahora, con la perspectiva y vivencias que da el paso del tiempo, probablemente nos parecería todo esto un tanto insignificante, pueril, ingenuo o simplón, pero en aquella época proporcionaba a nuestras vidas una nota de un color distinto al de la rutina diaria, tan monótona y aburrida, en la que estábamos irremisiblemente inmersos por la costumbre.

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