Los oficios (continuación)
El carretero-carpintero
El tío Ignacio,
ayudado por su yerno Adolfo,
fue el último carretero del pueblo a quien yo conocí y ya era hijo de otro carretero:
el tío Felipe Paricio.
Ahora,
después del paso del tiempo, me produce cierto placer evocar en mi memoria
aquellos carros recién terminados, con los teleros pintados de colores,
dominando el rojo y el azul y con arabescos en las varas, en los zoquetes del
freno y en los travesaños. Como colofón, aparte de su hermosa terminación, era
fundamental que al rodar, las ruedas emitiesen un buen sonido al girar sobre el
buje. A esto se le denominaba "cantar" y más de uno reconocía a su
carro, sin necesidad de verlo, por el canto que emitía al rodar. Además de
carros, hacía puertas, ventanas y todo lo concerniente al trabajo de carpintería
con madera, incluso los ataúdes para el viaje definitivo.
Al cambiar
las caballerías por los tractores, desaparecieron los carros y la carretería la
reciclan sus dueños en un taller
mecánico. Hoy, con la jubilación de Adolfo, incluso este taller puede darse por
desaparecido.
El herrero
Este oficio,
por su trato con el fuego y el hierro, siempre ha tenido a través de las
distintas civilizaciones, una cierta connotación esotérica, hasta el punto de
hacer decir a ciertos autores de temas herméticos, que los herreros son los
descendientes de Caín que se esparcieron por toda la tierra, dando origen a la
edad de los metales, como únicos conocedores de este arcano. Dentro de la
cultura anglosajona es considerado como un oficio de los malditos, de ahí que
herrero se traduce en inglés, de forma despectiva, como "blacksmith".
Independientemente
de este mito, bien es verdad que la fragua siempre ha sido un punto de
atracción para los mayores, pero principalmente para los niños. Todavía oigo en
mi recuerdo el acompasado tintineo del martillo al golpear sobre el
hierro candente apoyado en el yunque y veo las chispas que se desprendían y se
volatilizaban en el aire al poco de salir. Y escucho el ronco gorgoteo que
producía el rojo hierro al ser introducido en el agua, para su temple y
enfriamiento. Cuentan las leyendas, que los romanos se sorprendieron cuando
conquistaron Hispania de que las espadas de los celtíberos eran más fuertes que
las suyas y esto era debido a que los herreros de aquellos hispanos, cuando
estaban al rojo, las templaban introduciéndolas en los cuerpos de sus
prisioneros.
En nuestro
caso, sólo nos ha quedado el edificio de la fragua como único testimonio de lo
que antecede y cuando pasamos junto a ella, todavía nos imaginamos colgados en
la pared de dentro aquellos manojos de medias cañas, con muescas marcadas a
fuego, que recordaban a cada vecino los trabajos realizados y pendientes de
pago. Era la sencilla contabilidad que nunca le fallaba al tío Valero, el último representante que
tuvimos de este oficio. La mecanización del campo originó su
desaparición, tal como sucedió con otros oficios, puesto que ya no había
caballerías para herrar, barrones para aguzar, ni aladros para cambiarles la
reja.
El albañil
Es también uno de los oficios más viejos del mundo,
formando en la antigüedad un gremio relativamente esotérico. Con el fin de evitar injerencias de otras
personas ajenas a su trabajo, hablaban jergas propias, como la Xiriga de los
tejeros asturianos, con el fin de que la gente no entendiera sus palabras. O
como los símbolos impenetrables que los canteros medievales realizaban en las
piedras que empleaban para la construcción de catedrales. De esta forma limitaban
la transmisión de sus conocimientos exclusivamente a sus discípulos. De ahí que
se les relacionase con el gnosticismo antiguo y por tanto con la masonería.
El tío Rafael, más conocido como el tío Albañil -sin tratar de relacionarlo
con lo que acabamos de decir en el párrafo anterior-, fue un gran profesional y
el último de este oficio en el pueblo en trabajar en el estilo arcaico, es
decir, con piedra y barro, dejando constancia de sus obras con algunas casas
que todavía podemos contemplar. Son casas amplias, sólidas, que aguantan el
paso del tiempo en cuanto a la robustez de sus cimientos y paredes maestras. El
ejemplo que podemos dar es la suya propia, de la que todavía recuerdo cuando la
levantó sobre el solar, de una pequeña y vieja existente.
El alguacil y pregonero
En el Fuero
de Teruel se contempla este cargo público, que no oficio, con la
denominación de sayón y
era el encargado de notificar a los vecinos las órdenes del Concejo y del Juez
y la de anunciar las mercancías que se le entregaban para su venta. Tenía una
paga anual de 60 sueldos y por cada pregón "extra" percibía un dinero
y una comisión sobre la venta de la mercancía. En el artículo 129 del referido
Fuero se puede leer lo siguiente:
"[...] cuando venda un moro, perciba de derecho doce dineros. De veinte carneros, ovejas, cabras, e incluso, de veinte machos cabríos, perciba doce dineros, y de un caballo doce dineros; de yegua, rocín o de toda bestia caballar, ocho dineros; de buey, vaca, asno o asna, seis dineros" (Cómo Teruel fue ciudad, Equipo de redacción, CAI 100, Zaragoza, 2000).
Hasta no
hace muchos años aquí en nuestro pueblo funcionaba tal cual indica el Fuero de
Teruel, si exceptuamos las remuneraciones y algunas de sus causas. Todavía
recordamos a la tía Vicenta,
nuestra típica "alguacila" de la mitad del siglo, cantando aquellos
famosos bandos por todas las esquinas del pueblo, llamando la atención del
vecindario por medio de su trompeta de sonido inconfundible, que hacía salir a
la gente a las puertas de las casas para oír el contenido del pregón.
Posteriormente la sustituiría la María o alguno de sus hijos.
Ya sólo se
oyen pregones en contadas ocasiones y éstas para comunicar al personal de que
algo se vende en la plaza. Y últimamente ni eso, ya que los vendedores saben
anunciar su llegada con el estridente sonido del claxon de sus furgonetas.
El sacristán
En los primeros recuerdos que tengo sobre este cargo, era el tío Eusebio el que lo desempeñaba y posteriormente lo haría el tío Felipe. En un cierto momento trabajaron ambos a la vez, cada uno en sus peculiaridades más concretas, sin interferir cada uno en las especialidades del otro. Su trabajo consistía en el mantenimiento y la puesta a punto de todo lo concerniente a cualquier ceremonia eclesiástica: vino y agua para la misa, las pilas de agua bendita o la de bautizar siempre con líquido, las ropas adecuadas para cada celebración limpias y preparadas, las cruces y banderas de las procesiones a punto, cestillos para el pan bendito, ramos para el domingo de Ramos, iniciar los cánticos correspondientes a la celebración, los villancicos, los cantos fúnebres… y el repique de campanas.
En los primeros recuerdos que tengo sobre este cargo, era el tío Eusebio el que lo desempeñaba y posteriormente lo haría el tío Felipe. En un cierto momento trabajaron ambos a la vez, cada uno en sus peculiaridades más concretas, sin interferir cada uno en las especialidades del otro. Su trabajo consistía en el mantenimiento y la puesta a punto de todo lo concerniente a cualquier ceremonia eclesiástica: vino y agua para la misa, las pilas de agua bendita o la de bautizar siempre con líquido, las ropas adecuadas para cada celebración limpias y preparadas, las cruces y banderas de las procesiones a punto, cestillos para el pan bendito, ramos para el domingo de Ramos, iniciar los cánticos correspondientes a la celebración, los villancicos, los cantos fúnebres… y el repique de campanas.
El cartero
A principio de siglo se traía de Báguena la poca correspondencia que al pueblo llegaba. A partir de abril de 1933, fecha de inauguración del ferrocarril Zaragoza-Sagunto, la correspondencia se recibía por este medio, pasando el cartero a recogerla a Ferreruela de Huerva, al mismo tiempo que recogía la de Lanzuela y Bádenas. Los carteros de estos dos pueblos se desplazaban diariamente a Cucalón, donde recogían la que a cada cual correspondía. Durante muchos años, José Zarazaga fue el encargado de la cartería del pueblo y a su muerte le sucedió su hijo Ramón, el cual fue el último cartero del pueblo. Con su jubilación desaparece la oficina y a partir de entonces el correo lo trae una furgoneta que hace el reparto a varios pueblos del contorno.
El cortante
Aunque en
algunas partes de Aragón es conocido como matachín o mataire, en esta zona
donde se asienta nuestro pueblo, al matarife siempre lo hemos denominado
"el cortante". Y el tío Cortante era el apelativo que
empleábamos en Cucalón para referirnos al tío José López.
Antes de desaparecer el oficio del pueblo, principalmente debido a la
despoblación, todavía le sucedió su hijo, también llamado José López, quien ya fue
el último cortante. A partir de esa
fecha, las pocas familias que fueron quedando como residentes, si alguna de
ellas todavía deseaba manipularse el tocino a la vieja usanza, lo compraban ya
muerto en los mataderos cercanos y así se evitaban el engorro de su crianza a
lo largo del año.
Teniendo en
cuenta la cantidad de ofertas existentes en el mercado de productos manipulados
del cerdo, desconozco si en la actualidad todavía quedan familias que siguen
usando este método, pero si queda alguna es comprensible que desee hacerse los
jamones, la conserva y todo tipo de embutidos a su gusto, de una forma
artesanal.
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